Provoquemos el encanto de una bella navidad
- Cristina Oses
- 23 dic 2020
- 3 Min. de lectura
Hoy les comparto los recuerdos de la escritora Laura RoS
Qué tiempos aquellos, parece que fue ayer como dice la canción.
Las navidades de niña eran espectaculares, porque mis papás se encargaban de crear un ambiente de fiesta muy especial, el festejo era ineludible, aún que estuviéramos viviendo tiempos de carencia económica, hubo navidades que gastar en el pino verde hermoso que traían de Canadá, era imposible, así que por economía íbamos toda la familia a un día de campo y buscábamos una hermosa rama de árbol para convertirla en nuestro árbol de navidad, lo lindo de todo esto, era que no nos importaba y lo festejábamos igual como si fuera el pino más esplendoroso del mundo.
Santa Claus recibía con prontitud nuestras cartitas, mi papá era el duende que las
depositaba en el correo.
Se escogía un domingo en la primera semana de diciembre, muy temprano por la mañana mi papá nos llevaba a la alameda a comprar un poco de musgo, heno y algunos foquitos que hubiera que reemplazar.
Ya por la tarde llegaba el anhelado día para vestir el pino, era todo un ritual, para mi padre era un placer armarlo y entre todos lo arreglábamos, mi mamá se regocijaba viendo a su familia disfrutar el momento, ella acercaba los adornos, el ingeniero de luces
(papá), le daba un toque al árbol como de otro mundo, mi padre era un melómano, por eso yo también generé esa misma afición, imposible vivir sin ella. Ponía el tocadiscos y los
discos empezaban a girar, con música navideña, nosotros acompasando con nuestras voces, el jingle bells, jingle bells, tara ra ra ri… y había especialmente una melodía que era de su tiempo, a mi me fascinaba, se llamaba ”Nieve” curioso porque yo era una niña, pero de ahí saltábamos a todos los villancicos navideños, sin faltar el cascanueces de Chaikovski por supuesto.
Ese día se desataba el entusiasmo, en las puertas de toda la casa, se colocaban las coronas y todo era luces y jolgorio. Ya desde ahí estábamos celebrando. Teníamos la fortuna de tener un papá que siempre estaba buscando como complacernos, él nos enseñó a bailar, a subir a los cerros, andar en bicicleta, trepar a los árboles, jugar a las carreras, jugar a las damas chinas, manejar automóvil al llegar a los quince años, nuestro papá era elogiado todo el tiempo por las amiguitas, por supuesto nos hacía sentir un gran orgullo tenerlo.
Tuvimos tiempos mejores y una navidad memorable, nos brindaron una gran sorpresa. Ese 24 de diciembre como siempre desde temprano ya estábamos danzando de alegría, tendríamos invitados por la noche, mis tíos y primos acudirían a nuestra casa, mis tres hermanas mi hermano y yo, apoyábamos en los preparativos. En la cocina había toda
clase de alimentos, desde la famosa pierna de puerco al horno, el pavo relleno, tamales de
varios sabores, ¡uy que ricura! ensaladas, pasteles, los aromas invadían la casa y salían por
las ventanas a la calle gritando lo sabroso que estaban, los vecinos asomaban las narices
para llenarse de tan deliciosos aromas, sabían que en nuestra casa la fiesta navideña era el
día más especial del año.
En nuestro pino se colocaban todos los regalos que iban llegando de los invitados, solo los de los niños no estaban ahí porque esos los entregaría Santa Claus a medianoche.
Los invitados se iban haciendo presentes, ya era de noche, entre abrazos y besos de bienvenida nos derretíamos de emoción, difícil de describir, nos volvíamos locos de tanto entusiasmo.
Ya casi terminada la cena y nosotros por ahí jugando con los primos hacíamos
viajes constantemente al comedor para preguntar a nuestros papás a qué hora llegaría Santa Claus. La respuesta era la misma, paciencia, paciencia, ya váyanse a dormir y cuando llegue les avisamos, aún es muy temprano, con énfasis nos repetían “si no se duermen no vendrá”.
Entre tanto alborozo, risas, gritos correteos de ir, venir, nos tuvimos que aplacar, pero gano la amenaza, fuimos cayendo uno a uno. Al paso de algunas horas, fuertes sonidos, empezaron a escucharse, campanas y música navideña en la calle como algo increíble, algo estaba pasando… nuestros papás acudieron a despertarnos para salir a la calle, ¡Oh sorpresa! El hechizo se hizo presente, al fin llegaba Santa Claus en un gran trineo haciendo tremendo alboroto, con un enorme costal de juguetes y gritando lleno de júbilo JOJOJOJO.
Nuestros ojitos se hacían cada vez más grandes, el corazón quería salirse del pecho, la emoción nos hacía temblar, se desbordaba la fuerza de un sueño hecho realidad, ya que todos los años anteriores, llegaba Santa Claus dejaba los juguetes y se iba.
La vida ha transcurrido, entre veinte mil lunas y mi memoria fresca regresa a regodearse con lo ocurrido aquel 24 de diciembre. FELICIDADES MIL, provoquemos el encanto de una bella navidad.
Laura RoS con amor.

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