Por: Aimeth Sanjur
Aquella noche, víspera de Navidad, era una noche diferente, donde solamente éramos tú y yo.
Por alguna razón decidimos emprender el camino a casa, sabiendo que nadie nos esperaba.
Para nuestra sorpresa, habíamos dejado las llaves en el camino. ¡Oh, qué sorpresa!, ¿y ahora dónde vamos a dormir?
Sin duda alguna, aún sin saberlo alguien nos protegía. El cuarto de atrás estaba abierto, nada limpio, lleno de cajetas y cosas que ocupan espacio que nunca se usan y que uno amontona en un cuarto olvidado para esconder de las personas.
Pusimos una toalla en aquél piso y nos acostamos a dormir. A las doce medianoche con los ojos entreabiertos y con el sonido de los fuegos artificiales te dije Feliz Navidad.
Al día siguiente, temprano, empezaste a limpiar y para nuestro agrado en aquel cuarto lleno de checheres encontraste un niño Dios y me dijiste: Mira quién nos acompañó en la noche de Navidad.
No hubo cena, arbolitos, abrazos, solamente la mejor compañía, tú, el niño Dios y yo.
Mi abuela, en un recuerdo de Navidad
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