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La casa del Ingenio

Por Cristina Oses

En casa de mamá me encontré un álbum de fotografías, me senté a verlas y experimenté un viaje a mi pasado.


Me detuve a contemplar la fotografía de la casa del Ingenio, y los gratos recuerdos de mi infancia. En esta casa vivieron mi abuela, mi papá y mis tíos por muchos años.

Aunque la imagen que he colocado es de mucho tiempo después de la mudanza de mi familia paterna.

Una vivienda con cuartos independientes y baños comunes. Varias familias vivían allí, algunas parejas y otras familias con niños. Las vecinas tenían un pasatiempo, jugar bingo y el lugar de encuentro era la sala de mi abuela. Con ellas aprendí a jugar, sentadita a lado de Doña Cristina.

Mi abuelo era el dueño de la propiedad, una de las áreas más grande de esta casa era la nuestra. Un largo y ancho pasillo, era un gran escenario para una obra de teatro, primero estaba la sala y comedor, luego una pared con una abertura con un escalón, apenas bajabas ese escalón, ya estabas en la recámara, con dos grandes camas y algunas camas armables que se colocaban en el cuarto o en algún espacio en la sala. Si seguías caminando llegabas a la cocina, otra pared que dividía la recámara de la cocina. No había derecha ni izquierda.

Al final del largo camino había una puerta que te llevaba a los baños, sanitarios y el tendedero de ropa, si continuabas llegabas a un patio donde estaba un árbol de tamarindo (me encantaba ir a la aventura de encontrar un tamarindo maduro). Al costado de la casa había una acera, donde me gustaba regresar a la entrada principal. Como decimos el "shortcut".

Ir a la casa del Ingenio, era para mí muy divertido, pasaba allí fines de semanas con mi abuela y mis tíos. Casi siempre rodeada de gente “grande”, es decir adultos. Algunos amiguitos del lugar, pero mis recuerdos están muy cercanos a mi familia.


A pesar de su extraña estructura, todo estaba siempre en su lugar y muy limpio. De la abuela herede la costumbre de tener las sábanas bien estiradas, "nada de arrugas", decía.

Cuando llovía, para que no entrara el agua y mojará la cama, me apresuraba ayudar a colocar en las ventanas de malla metálica unas tablas de madera liviana. Luego de esta tarea, era hora de tomar una siesta, correr a la cama y arroparme de pie a cabeza tratando de escapar del ruido de los truenos.


Cada noche tenían que bañarme en un balde, me resistía a dormir sin bañarme. Allí sentada con una vasija pequeña me aseaban. Otra de las costumbres que aún mantengo. Dormir sin bañarme, debo estar muy enferma para dejar de hacerlo.


También vienen a mi mente las celebraciones en el patio delantero, la rica comida de mi abuela, los tamales al estilo de Doña Cristina y las melodías de la Fania All Stars. Fue allí donde a mis tres años comencé a amar la “música salsa”, me cuenta mi tía Fella que iba hasta el tocadiscos y pedía que me pusiera “Combo”, en mi media lengua, ella entendía que yo quería bailar la música del Gran Combo. Allí estaba, en media sala remeneando mi cuerpecito al ritmo de “Un verano en Nueva York”.


En la casa del Ingenio, algo que no podía faltar con o sin celebraciones, los cantantes del patio. Comenzando con mi tío Tacho, mi tía Fella, mi tía Cora y mi papá. Era un espectáculo. No había actividad en la casa, así sea un encuentro informal, que terminara con un super concierto de Benny Moré, Roberto Ledezma, La Lupe, Celia Cruz en las voces de papá y mis tíos. De ellos herede esa canción que alguno de ustedes les he cantado en su cumpleaños: “En este día glorioso lleno de recuerdos gratos tu familia te desea felicidad en tu santo y al cielo todos pedimos llenos de sinceridad que pases un feliz año de dicha y prosperidad”.

A mi abuela no la recuerdo escucharla cantar, ver a sus hijos cantando eso si lo disfrutaba tanto como yo.


Y qué decir de los desayunos de las tías. Con mi tía Fella conocí por primera vez los pancakes y eso para mí era un majar. Y aunque mi mamá los hacía en casa, nunca eran como los de la tía Fella. MI tía Cora siempre que Cristinita iba a pasar día con ellos, debía abastecerse de mi jugo favorito: jugo de pera, si no había ese sabor, armaba mi berrinche.

Pobrecita mi tía Cora, no la dejaba ir a sus clases de la Universidad, me agarraba de ella y le lloraba diciéndole que me iba a dejar solita. Cuando en la casa se quedaba el resto de la familia y los vecinos. Ahora chantajeo a mi hija con la misma cantaleta.

Y mi abuela no se quedaba atrás, cada tarde me complacía con mi antojo favorito un helado sabor a casablanca de veinticinco centésimos y una galleta.


Quiero finalizar este compartir de recuerdos con la imagen de dos niños sentados en la entrada de la puerta principal de la casa del Ingenio, esperando a su papá y su mamá de su boda en la Iglesia. Ambos con sus manos llenas de arroz. Esos niños... si, mi hermano y yo.


No era una casa con grandes lujos, pero el compartir familiar era único. Cuando mi abuela y mis tíos se mudaron a una casa nueva, a pesar de ser más grande y con mayores comodidades, nos faltaba algo, la fraternidad de nuestros vecinos.

La Casa del Ingenio, estuvo ubicada El Ingenio, Corregimiento de Bethania, Ciudad de Panamá. Hoy es un local comercial.



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