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Todo ser viviente ha sentido el impacto, y yo no soy la excepción



Ciertamente vivimos momentos muy difíciles a nivel mundial. De una u otro forma, todos hemos sido afectados por esta pandemia, unos más que otros, pero en general todo ser viviente ha sentido el impacto, y yo no soy la excepción.

He pasado del susto e histeria inicial, a un estado de preocupación permanente y últimamente a una aceptación de la “nueva normalidad”. No ha sido una situación fácil de manejar, emocionalmente hablando. Sin embargo, dentro de la conmoción causada por esta pandemia no puedo decir que todo ha sido negativo, sin dudar, esta experiencia ha ocasionado cambios muy profundos en mí.


He fortalecido mi Fe en Dios, una Fe que me sostiene y me hace resiliente ante las adversidades. Descubrí que en la medida que mejoré mi relación con Dios, manejo mucho mejor todas las vicisitudes, sintiendo mucha paz interior. Este alto obligado a todas nuestras actividades cotidianas, incluyendo las religiosas, ha servido para priorizar mi tiempo y dedicar tiempo de calidad a alimentar mi espíritu con la palabra de Dios. Dejarme guiar por ese Dios que siempre ha estado conmigo, pero a quien, no siempre he recibido como es debido en mi corazón .

Estoy más receptiva a lo que sucede en mi círculo familiar. Vivir juntos no significa que estemos cercanos necesariamente. El vaivén diario me alejaba de mi familia, y de una u otra forma no les prestaba la atención debida. Antes faltaban esos momentos de conversación y convivencia que el encierro nos ha obligado a vivir y que de una u otra forma han fortalecido los lazos de amor ya existentes. Aprendí que nada sustituye el tiempo que dedicamos a nuestra familia. Yo puedo ser proveedora de muchas cosas materiales, pero el afecto y el cariño, demostrado diariamente de forma sincera, es lo único que nos queda en el corazón. Ante a las adversidades, esos lazos son los que nos mantienen a flote y reconfortan el espíritu.


Mi comunidad, mi familia extendida y mis amigos. Si bien es cierto que la tecnología nos ayuda a mantenernos comunicados sin importar la distancia, no necesariamente nos comunicamos como deberíamos. Sin duda he disminuido mis publicaciones en redes sociales, que antes eran por puro gusto de que la gente se enterara de los lugares a los que iba o las cosas que me sucedían. He decidido cultivar nuevamente mis amistades reales, esas que nacieron hace muchos años, pero que debido al tiempo y a la distancia ya no hablamos tan seguido. He decidido reconectar de una forma más personal y privada con esas personas que han sido parte importante de mi vida y que estuvieron para mí en algún momento de necesidad. Esta pausa en mi rutina cotidiana me ha hecho reflexionar sobre la forma en que comparto con ellos y cómo puedo recuperar el tiempo perdido.


Por último, esta pandemia me ha hecho más empática con la gente y el ambiente a mi alrededor. Me ha abierto los ojos a las desigualdades de este mundo, las evidentes y las no tan evidentes. Dentro de toda la situación caótica que vivimos, me siento bendecida por todas las cosas buenas que hay en mi vida. Y por esa razón he decidido ser más activa en denunciar las injusticias, y si está en mis manos, trabajar para mejorar las situaciones que afectan a mi prójimo y a nuestro planeta. Puede que mi ayuda no sea de impacto mundial, pero el apoyar los movimientos locales y denunciar las injusticias que suceden a mi alrededor deben de una u otra forma hacer eco en nuestra sociedad. De poco a poco cambiamos el mundo para uno mejor.




Autora: Carolina



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