Por Cristina Oses
Con la inocencia de un niño me dispuse a pedirle a Dios algo extraordinario, sostenida por su inmenso amor y no por exigencia de algún mérito.
Si, soñaba con los sucesos que se dan en Lourdes Francia, y en tantos lugares donde por medio de la intercesión de la Virgen María Dios ha realizado tantas sanaciones espirituales y físicas.
Esos casos que son documentados y comprobados por teólogos y médicos. Así de grande era lo que pedía.
Cuando rezaba el Rosario trasmitido desde la Gruta de Lourdes en Francia, tocaba con mi mano mi cadera y pedía por un milagro. Cada noche cerraba mis ojos y me trasladaba allá con mi imaginación, prometiéndole a la Virgen María que algún día me sentaría en esas bancas a rezar junto a ella.
Deseaba con todas mis fuerzas tener el don de San Pío de Pietrelcina, de la bilocación, ese maravilloso fenómeno místico donde una persona estaría ubicado en dos lugares diferentes al mismo tiempo.
Con mucha fe, pedía que el daño que tenía fuera reparado por la mano de Dios. Levantarme y no sentir los dolores que muchas veces me hacían devolverme a la cama y ponerme de pie poco a poco. Como esa niña que confía plenamente en su padre, me decía: Papá Dios lo hará.
Iban pasando los días y acercándose la fecha de la operación, rendida, me dije: Él no me concederá el extraordinario milagro, así que mejor prepárate para lo que viene. Me consolaba diciéndome: Él tiene un propósito más grande con esto, del que yo puedo imaginar.
Cada vez se presentaban más contratiempo que llegué a pensar en no operarme. Sin embargo, cuando veía las limitaciones que iban en progreso, me decía: no puedo posponer esto. Esas semanas previas fueron difíciles. No entendía porque debía pasar todo esto. No entendía a Papá.
No fue hasta cuando el sacerdote de la Parroquia que asisto me dio la bendición días antes de la operación, pronunció unas palabras que fueron para mí como la pieza del rompecabeza de mil partes que faltaba colocar para que todas las demás formaran la imagen completa. Esas palabras fueron: “Dios tome el control “. Ese domingo me abandoné en sus brazos, como la niña que pedía milagros.
Durante tanto tiempo pedía un milagro, pero a mi manera, como yo quería. No entendía lo que Él me estaba mostrando. Me considero una persona sencilla, se me revelo al instante, mi soberbia, al no dejarlo actuar como Dios. Recordé esta pregunta: ¿Crees en Dios o le crees a Dios?
Aunque la operación tenía mínimos riesgos, el médico cirujano me hizo saber que igual debía conocer los riesgos, iban desde una infección hasta una trombosis. Se pueden imaginar cómo me sentí. Ese día recuerdo decirle al médico: Doctor me quedo con el dato estadístico del porcentaje mínimo. Pero como soy como soy, que les doy vuelta a las cosas y me invento unas historias. Me vino de pronto la duda ¿Y si estoy en ese mínimo porcentaje?, ¿Lo adivinaste? esa noche no dormí. Solita viviendo mi paranoia.
Recuerdo que esa noche hablé seriamente con Papá Dios y empecé a desprenderme del mundo, esa era mi terapia para tranquilizarme. Hice una lista de las cosas que debía hacer si por designios de Dios no despertaba de esa anestesia. Fue un abandono total
El día anterior a la operación, dejé todas las indicaciones a mi hija y a la persona más allegada con quien trabajo, le hice las últimas compras que necesitaba mi mamá, estuve con ella y disfruté cada minuto contemplándola.
Ese día mis sentidos los agudicé y me permití sentir como si fuera mi último día en la tierra. Desde las palomitas que me visitaron esa mañana, el paisaje desde mi ventana donde se combina la naturaleza con las casas y edificios, el cielo con sus nubes multiformes y cada persona con quien compartir ese día todo lo asimilé como si viviera un mundo en cámara lenta.
No podía faltar una confesión con un sacerdote amigo, asistir a misa y recibir a Jesús en la Santa comunión.
El día de la operación mis amigos del grupo de oración rezaron, turnándose algunos en la mañana y otros en la tarde, rezando Rosarios por mi salud. Ese día no sé cuántas personas oraron, amigos de distintas partes del mundo. Preparada para ir al cuarto de operaciones, me visitaron administrativos del hospital y los asistentes del médico para decirme que mi operación debían retrasarla entre dos a tres horas. Me daban la opción de elegir entre esperar en la habitación o en la sala donde estaba. Elegí ir a la habitación, allí hicieron llegar a mi hija, mientras esperaba encontré una paz que yo misma no podía comprender, me dije: estás en las mejores manos, las de Papá. Durante ese tiempo mi hija no dejaba de leerme los mensajes de ánimo de familiares y amigos. A las dos horas me vinieron a buscar, para mí,el tiempo pasó de prisa.
En el área de espera el doctor que operaría se acercó bastante serio, y me dijo: indícame todos los lugares donde sientes dolor. Me pareció una pregunta sin sentido, minutos antes de la operación. Le indiqué todos los lugares de mis dolores, desde la pierna a la altura de la rodilla hasta a la cadera. Su respuesta fue:” Todo eso lo vamos a mejorar”. No entendía nada.
Durante todo el tiempo oraba por todas las personas que estaban allí. Y le decía a Jesús: Muéstrame donde estás. Fue realmente extraordinario, cuando el joven que me llevaba al salón de operaciones, me miro directo a los ojos y me dijo: “Tranquila, todo saldrá bien”. En ese instante sentí en mi corazón que era Jesús quien hablaba.
La operación tardó cinco horas. Cuando abrí mis ojos, mi cuerpo temblaba sin control, la enfermera me colocó una frazada y me indicó que era efecto de la anestesia. Un poco más tranquila me percaté que estaba con vida, y di gracias a Papá Dios por la oportunidad que me dio y con ello la misión que aún en la tierra tengo que realizar.
El día siguiente me visitó el médico asistente y me dijo: “Sabes que el doctor anoche realizó una de sus mejores cirugías”. Ahora comprendía la pregunta del doctor,todo iba tomando sentido.
En la tarde cuando el doctor fue a revisar las heridas, levantarme y enseñarme a caminar con muletas, me contó que estaba muy molesto por el retraso de mi operación en un hospital considerado el mejor de Panamá. Esa tarde me hizo reír mucho, era el doctor que conocí y a quien confié mi salud.
Recuerdo como lo conocí, cuando el ortopeda que me atendía me refirió a un ortopeda especialista en cadera y este diagnosticó que mi enfermedad solo mejoraría con una operación. Ese día salí del consultorio sin saber que hacer. Dos días después comencé a buscar otro ortopeda con esta especialidad para contar con una segunda opinión. Cuando empecé a buscar pedí al Espíritu Santo que me guiará y así llegué al doctor M., cuando me atendió por primera vez, me explicó todo con mayores detalles y todas las dudas que tenía.
Esa noche volví a orar esta vez pidiendo luz para poder elegir cuál de los dos médicos operarme. Lo que les voy a decir, quizás le resulte increíble, pero sucedió y hoy lo cuento. A penas desperté recordé el sueño que tuve, y sabía con cuál doctor operarme. En mi sueño veía al doctor M., de la segunda opinión diciéndome: “Dios me dijo que debía operarte”.
Hoy estoy recuperándome con las terapias, y aprendiendo a ser paciente conmigo misma.
Dejarme ayudar y consentir por tantas personas hermosas que Papá ha puesto en mi camino.
No hay duda, Dios hizo milagros, se que tu verás cada uno de ellos en todo lo que he narrado.
Mi mejor milagro: Aprender a abandonarme en Él, creer y confiar.
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