Por: Kathia Arjona

Pensar en navidad, vienen a mi mente aromas, sabores, melodías, sonrisas,
abrazos, sorpresas, felicidad, entre tantos recuerdos. Al pasar de los años, los aromas
cambian, escuchas otras melodías, los abrazos no están tan cercanos y algunos gustos van cambiando, pero la esencia de la Navidad permanece: recordar por qué estamos juntos un veinticinco de diciembre.
Cuando vivía con mis padres y hermanos, recuerdo a mis padres cocinando desde
temprano, habiendo hecho el supermercado, donde las largas filas no podían faltar. Los veinticuatro de diciembre desde las seis de la mañana, se iba a buscar la rosca, el ron ponche, las frutas, las nueces, los huevos, las papas, el jamón, las aceitunas y todo aquello que necesitaras para la cena navideña.
En la tarde nuestra misión era pelar las papas y picar los huevos, papas, zanahorias y mezclar. Siempre me ha gustado ponerle manzanas y nueces a la ensalada de papas, así que allí estaba mi toque. Las nueces, ron ponche y uvas eran mis indispensables. Otra de nuestras tareas era pelar el saril para el delicioso jugo que íbamos a degustar en la noche.
Todos estos preparativos nos ocupaban la tarde. Luego de terminar de nuestras asignaciones, nos preparábamos para ir a misa alrededor de las nueve de la noche, para llegar a casa antes que fueran las doce.
No teníamos muchos regalos debajo del árbol, con sinceridad, era la menor de nuestras preocupaciones. Mis hermanos y yo, en ese entonces, adolescentes, solo estábamos por disfrutar la cena y recibir con alegría familiar el cumpleaños del niño Jesús. Luego de cenar y dar gracias a Dios por nuestros alimentos, veíamos con grandes sonrisas los fuegos artificiales, escuchábamos las estruendosas bombitas y veíamos el desfile de vestidos y atuendos elegantes que todos querían estrenar en la nochebuena. Estos recuerdos parecen lejanos, me encantaría viajar en una cápsula del tiempo y vivirlos nuevamente.
Hoy cada uno de nosotros celebramos nuestras navidades con nuestros núcleos familiares (esposos/esposas e hijos) y nuestros padres han estado casi dos años lejos de nosotros producto de la Pandemia. Este sábado próximo llegan a Panamá y siento una gran alegría. Estoy segura, esta Navidad será muy especial.
Regresando a los años ochenta y noventa, observo como mis padres traen a casa una bolsa negra y la suben con cuidado a un altillo. Ellos nos dicen que son regalos provenientes del niño Jesús, siendo una niña de casi once años, presentía que ellos lo compraban y querían darnos esa dulce sorpresa debajo del árbol. Todos los regalos eran equitativos, nadie recibía ni más
ni menos. A mí me hubiera gustado darles regalos a todos, en esa época era una
estudiante, sin embargo, uno de los grandes regalos que vivíamos era el ambiente de
unidad familiar que añoro y por ley de vida, nos da paso a estrechar nuevos lazos.
Al estar tan cerca de celebrar la mejor época del año, doy gracias a Dios de respirar y seguir sintiendo el gran deseo de disfrutar la Navidad con mis hijos adolescentes, mi esposo, mi gata Maddie, quien seguro me tumbará varias bolitas del arbolito y con una cena navideña no tradicional, mantengo la gran emoción de volver a ver a mis padres y decirles en persona cuán feliz soy que estén celebrando Navidad con nosotros.
Aunque, los ingredientes de aquella cena no sean iguales, ni la rutina tampoco, ese cálido y estrecho abrazo de mis padres me hará regresar en el tiempo. Y allí estarán de testigo: las nueces, el ron ponche y las uvas.
Feliz Navidad y próspero año nuevo 2022.
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