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¡La vida merece y debe ser celebrada hasta el último suspiro!

  • Foto del escritor: Cristina Oses
    Cristina Oses
  • 14 nov 2020
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 16 nov 2020



La madrugada del 1 de enero de 2020 me encontró risueña, optimista. El nuevo año venía cargado de fechas en las cuales se materializaría el cumplimiento de sueños acariciados por muchísimo tiempo.

Mi hija mayor sustentaría su trabajo final para obtener su licenciatura y, por supuesto, habría un acto de graduación y con ello la merecida celebración por la meta cumplida a costa de sacrificio, trabajo esforzado y largas noches en las que el sueño era retrasado hasta ver las primeras luces de un nuevo día.

Por su parte, este año también suponía la graduación de educación básica general y el arribo a los soñados quince años de la más pequeña de la casa. Otros dos momentos propicios para festejar en compañía de la familia y los amigos más queridos.

Por si fuera poco, sería la fiesta de 35 años de aniversario de mi graduación en el colegio, en mi amado Nido de Águilas. La oportunidad perfecta para reencontrarse con los amigos de juventud y echar a andar la máquina del tiempo y volver, por un instante, a los años de la adolescencia.

En mi vida profesional, las perspectivas eran excelentes. Definitivamente, sin duda alguna este año sería un buen.

Cuando el pasado mes de diciembre veía en los noticieros los estragos que hacía un desconocido virus en China, ingenuamente creí que se trataba de algo lejano, surgido en esa parte del mundo y no llegaría a nuestro país. ¡Qué equivocada estaba!

Después de cinco meses de restricciones de movilidad, de vivir en medio de estrictas, pero necesarias medidas de bioseguridad y en los que las formas de comunicación personal han tenido que ceder a la comunicación virtual, no puedo decir que soy la misma persona.

Perdí a una buena amiga. Ha sido difícil de aceptar pues era un maravilloso ser humano que dejó una huella en la vida de cada una de las personas que la conocimos y sé que serán muchas las ocasiones en que la voy a recordar y extrañar.

Hoy más que nunca estoy consciente de la fragilidad de la vida. Alguna vez escuché a alguien decir que para morir lo único que se necesita es estar vivo. Hoy estamos, mañana quién sabe.

Pero también estoy consciente de su valor y por ello entiendo que, ante la adversidad, rendirse no es una opción. Que si las cosas no salen tal cual las hemos diseñado o las hemos soñado, no significa que no podamos disfrutar de ellas en su nueva presentación.

Mi hija sustentó su trabajo final sentada en la sala de la casa, mientras su hermana, su abuela y yo nos encontrábamos en otra habitación siendo testigos del acto a través de una plataforma virtual. Y, cuando al terminar nos encontramos las cuatro, las emociones y la felicidad eran las mismas que si hubiésemos sido partícipes de ese acto en un aula de la universidad. Lo logró, cumplió el último requisito para culminar su carrera y obtener su licenciatura. Y ni siquiera la pandemia nos pudo robar el derecho a disfrutarlo.

Lo que no haya podido ser ahora, no significa que no pueda serlo después. Y las fechas importantes que aún están por llegar, tal vez tengan una forma distinta pero no por ello serán menos valoradas o apreciadas.

Si, la pandemia me cambió, aprendí que sin importar las circunstancias, la vida merece y debe ser celebrada hasta el último suspiro.


Autora: Kathia Elisa



 
 
 

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